miércoles, 24 de enero de 2007

PIGMALIÓN, EL AMOR A UNA ESTATUA

Era de Chipre el escultor Pigmalión, artista que no gustaba de las mujeres porque consideraba que eran imperfectas. Y tan convencido estaba, que decidió no casarse nunca y pasar el resto de su vida sin compañía femenina.
Pero, no soportando la completa soledad, esculpió una estatua de marfil tan bella y perfecta como ninguna mujer verdadera podía serlo. Y de tanto admirar su propia obra acabó enamorándose de ella.
Le llegó a comprar los las más bellas ropas, joyas y flores. Todos lo días pasaba horas contemplándola y, de vez en cuando, besaba tiernamente los labios fríos e inmóviles. Tal vez hubiera vivido hasta el fín de sus días ese amor silencioso (a punto de convertirse en una aberración sexual llamada agalmatofilia), de no mediar la intervención de Afrodita, pues la diosa era objeto de intenso culto en Chipre. En su homenaje se celebraban las más pomposas ceremonias, los más ricos sacrificios y su templo de Pafos era el más importante de los santuarios venusinos del mundo helénico.
En una de esas fiestas, Pigmalión ofreció un sacrificio a Afrodita y le rogó: “A tí ¡oh Diosa! Te suplico que me concedas por esposa una doncella que se parezca a mi estatua de marfil”.
Atenta, la diosa del amor escuchó su pedido he hizo elevar la llama del altar del escultor tres veces más alto que las de los otros altares. Pero el infeliz artista no comprendió el significado de esta señal.
Salió Pigmalión del santuario y se encaminó a su casa. Al llegar, se puso a contemplar su estatua perfecta y después, la tomó entre sus brazos para besarla.
Entonces, el frío mármol comenzó a ponerse tibio, a ablandarse, a abrir los ojos y se convirtió, ante los ojos de su creador, en una bella mujer de carne y hueso que se enamoró perdidamente de su creador.
Pigmalión engendró en su esposa a una hija llamada Pafos.

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