miércoles, 24 de enero de 2007

ÍO, VÍCTIMA DE LOS CELOS DE HERA


El rey Ínaco, antiguo rey y fundador del reino de Argos, tenía una hija de gran belleza llamada Ío. En ella se había fijado Zeus y se sentía preso de amor. Se acercó a ella en forma humana y empezó a cortejarla con dulces palabras. Pero Ío huyó asustada y se hubiese liberado de su perseguidor si éste ,abusando de su poder, no hubiese sumido el país en profundas tinieblas. La doncella se detuvo asustada y así fue como cayó en poder del dios.
Hera (Juno) conocía los devaneos de su marido Zeus con las hijas de los mortales. Y seguía con desconfianza las andanzas de Zeus en la Tierra.
Un día vio como repentinamente el cielo se cubría de tinieblas. Sospechando una infidelidad, ordenó dispersarse a la niebla. Pero el astuto Zeus, previendo que esto podía suceder, había convertido a la bella Ío en una becerra blanca.
Hera se dió cuenta al instante del truco, y ,con fingida ingenuidad, se puso a encomiar al animal y a preguntar por su estirpe hasta que Zeus, puesto en un aprieto, se vió obligado a decirle que era hija de la Tierra (Gea).Hera,satisfecha, suplicó entonces que le regalara el animal, a lo que el dios no podía negarse sin despertar sospechas.
Aparentando gran placer por el obsequio, Hera le puso una soga al cuello a la becerra blanca y se alejó de allí. Pero no estaba tranquila ¿y si Zeus la volvía a convertir en doncella? Para evitarlo, confió la custodia de Ío a Argos, hijo de Arestor, un monstruo que tenía cien ojos, de los cuales sólo entregaba al descanso un par alternativamente, mientras lo demás permanecían abiertos.
Bajo los cien ojos de Argos, Ío jamás escapaba a su estrecha vigilancia. La desdichada doncella trataba de dirigir súplicas a su guardián, pero de su boca sólo escapaban un lastimero mugido, recordándole como su egoísta raptor la había transformado en animal.
Argos la llevaba de un lado a otro, hasta que un día llegaron a su vieja patria. Allí se vió reflejada por primera vez en las aguas y, aturdida, echó a correr. Un impulso la llevó hasta sus hermanas, que la acariciaron con ternura, pero no la reconocieron bajo la forma de animal. Entonces Ío, cuya inteligencia no había sufrido transformación alguna, comenzó a trazar letras con la pata y escribió su nombre en el polvo. Su padre, Ínaco, al reconocerla cayó al suelo desolado y, entre sollozos, abrazó a su hija.
Pero el cruel Argos arrebata a Ío de los brazos de su padre y se aleja con ella hacia una solitarias praderas.
Zeus, apiadado ante el sufrimiento de la doncella, decide enviar a su hijo Hermes para que, valiéndose de su astucia, ciegue los ojos del odioso Argos. Calzó Hermes sus sandalias aladas, tomo su cayado y se dirigió a la Tierra. Una vez allí, el astuto dios se disfrazó de pastor y se acercó al lugar donde pastaba Ío. Sacó entonces una zampoña (flauta echa tubos de diversos tamaños) llamada siringa y se puso a tocar delicadas melodías.
Argos, embelesado,se acercó al pastor y lo invitó a sentarse a su lado y a tocar su música celestial. Así lo hizo Hermes, cuyo plan era conseguir hacer que Argos se durmiera.
Transcurrieron horas y horas entre cantos y relatos. El celoso vigilante escuchaba con arrobo. En algún momento llegó a cerrar muchos de sus párpados, pero siempre mantenía otros ojos abiertos, puestos sobre la becerra blanca.
Entonces Hermes, en voz baja y pausada le contó el origen de la siringa, la historia del dios Pan y de la ninfa Siringa, aquélla que (como le sucediera a Daphne) ,huyendo de la lujuria del dios Pan, suplicó a Ártemisa que la transformase en algo que no pudiera ser violado. La diosa la transformó en caña. Pan, entristecido, cortó el tallo en tubos de diversos tamaños, los juntó con cera y creó la siringa.
Hermes se demoró en infinitos detalles.Cuando acabó,miró los párpados de Argos y comprobó que todos estaban cerrados.Tomó entonces una afilada espada y le cortó la cabeza al vigilante.

En seguida,se fue de allí cargando consigo a Ío,aún metamorfoseada.
Cuando Hera supo lo ocurrido se pudo furiosa. Y tomando entre sus manos la cabeza cercenada de Argos, se la llevó al Olimpo y la transformó en la cola de cien ojos del pavo real, su ave predilecta. Pero no renunció a vengarse de Ío y, para atormantarla, le envío un tábano que, con su aguijón, volvía loca a la desdichada criatura. Buscando refugio, la hija de Ínaco recorrió toda la redondez de la tierra y se sumergió en un mar de aguas azules que después se llamó Mar Jónico (Ionios, mar de Ío).
Pero aún en el seno de las ondas era atormentada por Hera y finalmente, exhausta, fue a dar a las orillas del Nilo dispuesta a morir allí.
Zeus, no pudiendo soportar más el sufrimiento de la pobre Ío, busca a Hera y le jura por el Estigia renunciar a ella.
Apaciguada, Hera finalmente consiente en retornarla a su forma original, pero a condición de que jamás volviese a Grecia. Corrió entonces el padre de los dioses a la Tierra y, con una caricia, la retornó a su forma humana.
En el Nilo, Ío dio a luz a Épafo, hijo de Zeus y reinó sobre el país largo tiempo. A la muerte de ambos, los egipcios elevaron templos en su honor y les tributaron culto divino llamando a ella Isis y a él Apis.

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