Según Ovidio hubo una vez dos jóvenes enamorados. Píramo y Tisbe, a cuyo amor se oponían los padres de ambos. Ello les obligaba a no poder hablarse más que por una grieta en el muro que separaba sus casas. Y así, noche tras noche, se susurraban juramentos de amor al oído hasta que un día decidieron escaparse juntos y vivir lejos de la incomprensión de sus familias. Acordaron reunirse a la noche siguiente en un solitario moral que se encontraba junto al sepulcro de Nino (marido de Semíramis, rey y fundador de Nínive).
Llega primero la hermosa Tisbe pero, mientras esperaba a su amado, ve acercarse a una leona y, aterrorizada, huye dejando caer el velo que cubría sus cabellos. La leona, con el hocico ensangrentado por la reciente matanza de unas reses bovinas, encuentra el velo y juguetea con él, dejándolo manchado de sangre, antes de alejarse. Poco después llega Píramo, ve el velo desgarrado y ensangrentado y cree que Tisbe ha sido presa de una fiera. Con el corazón desgarrado decide darse muerte con su puñal. La sangre de Píramo brota de su herida, y empapa la tierra. Las frutas del moral, hasta entonces blancas, se vuelves rojas como la sangre de Píramo, en sencillo homenaje a los desdichados amantes.
Demasiado tarde, llega por fin Tisbe, llamando suavemente a su amado. Al ver las frutas rojas del moral experimenta un terrible presentimiento y corre al pie del árbol para encontrarse con el cadáver de Pirámo. Tisbe cae junto a él, lo abraza, grita su nombre. Las lágrimas brotan de sus ojos al ver el velo que abraza Píramo y comprender lo sucedido. Inconsolable, toma en sus manos el puñal y se suicida junto a Píramo. Y así, abrazados, quedaron Píramo y Tisbe al pie de aquel árbol de moras que, desde entonces, nos recuerda con el color de sus frutos la tragedia vivida por los desgraciados amantes.
Llega primero la hermosa Tisbe pero, mientras esperaba a su amado, ve acercarse a una leona y, aterrorizada, huye dejando caer el velo que cubría sus cabellos. La leona, con el hocico ensangrentado por la reciente matanza de unas reses bovinas, encuentra el velo y juguetea con él, dejándolo manchado de sangre, antes de alejarse. Poco después llega Píramo, ve el velo desgarrado y ensangrentado y cree que Tisbe ha sido presa de una fiera. Con el corazón desgarrado decide darse muerte con su puñal. La sangre de Píramo brota de su herida, y empapa la tierra. Las frutas del moral, hasta entonces blancas, se vuelves rojas como la sangre de Píramo, en sencillo homenaje a los desdichados amantes.
Demasiado tarde, llega por fin Tisbe, llamando suavemente a su amado. Al ver las frutas rojas del moral experimenta un terrible presentimiento y corre al pie del árbol para encontrarse con el cadáver de Pirámo. Tisbe cae junto a él, lo abraza, grita su nombre. Las lágrimas brotan de sus ojos al ver el velo que abraza Píramo y comprender lo sucedido. Inconsolable, toma en sus manos el puñal y se suicida junto a Píramo. Y así, abrazados, quedaron Píramo y Tisbe al pie de aquel árbol de moras que, desde entonces, nos recuerda con el color de sus frutos la tragedia vivida por los desgraciados amantes.
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